Salimos para Bolivia despidiéndonos de amigos y familiares y
gracias a Nector Alarcón pudimos cruzar la cordillera para llegar a Temuco, a
tiempo de tomar u bus a Santiago. En Santiago teníamos que retirar unas botas
que había comprado Laura, saludar a mi sobrino Raimundo y a mi prima, dar unas
vueltas y tomar un avión que nos llevaría a La Paz. Todo parecía fácil hasta
que, sentados en el living del hotel, un poco tarde, nos enteramos que las
botas no estaban disponibles lo que dio el punto de partida a una maratón de
tiendas con la asistencia indispensable y invaluable de Raimundo hasta poder
comprar otro par, no fue fácil y sobre el cierre de las tiendas en los minutos
de descuento que nos proporcionaron las chicas de ChileMontaña pudimos comprar
tan indispensable accesorio. Cenamos con buen vino tinto, recuerdos y mensajes
para Argentina y Australia donde otros familiares compartían a la distancia ese
encuentro casi casual en un restaurant de Providencia. Nos fuimos los tres:
Laura, Natalia y yo al hostel del barrio Bellas Artes y dejamos arreglado un
taxi para las cinco de la mañana del otro día.
Nos despertamos con un poco de resaca, salimos sin desayunar
rumbo al aeropuerto y una vez allí nos arreglamos con un cafecito durante la
espera antes de los trámites para abordar el vuelo a Bolivia. Todo paso rápido
mientras yo me preparaba mentalmente para el impacto de los cuatro mil metros
de altura de la ciudad más andina de todas. Aterrizamos y viajamos en un taxi
hasta el centro, servicio de primera que hasta se detuvo para que tomásemos unas
fotos de una vista de bienvenida desde lo alto del acceso a La Paz. Una vez en
el hostel me acosté de inmediato sin sentirme muy mal pero seguro que en la
misma línea de mi vida pero en sentido contrario estaba viniendo la manada de búfalos
que me haría pasar por el calvario de la aclimatación que para mi fisiología
siempre es muy dolorosa y molesta. Descanse y al fin fui arrollado por esa
rugiente manada que me dejo tirado cuarenta horas con vómitos y tremendo dolor
de cabeza. Casi recuperado, sin haber comido nada, baje a desayunar con Laura,
Naty y Christian que había llegado un día después. Salimos de compras y en una
agencia contratamos un transporte para que nos lleve al valle Tuni-Condoriri.
Los días que pasamos en el valle Tuni – Condoriri me dejaron
algunos escozores en la piel de los labios, un cansancio profundo y un alto
grado de satisfacción. Los días que pasamos en La Paz, se produjeron una serie
de nevadas que blanquearon la aledaña ciudad de El Alto y las zonas más elevadas
de La Paz. Salimos a media mañana por el
caótico transito de calles hechas para mulas y peatones en tiempos de la
colonia y con dos taxis por motivos de las restricciones que rigen para la
circulación, complicado pero eficiente el sistema nos dejo en un auto amplio
con un chofer simpático. Viajamos por el camino que va hacia Copacabana y al
dejar el asfalto avanzamos pisando nieve, por un nuevo acceso que nos dejo bastante
más cerca del campo base que la tradicional entrada por Tuni que conocíamos
desde hace años. El taxi resbalaba sobre el piso helado y el talentoso Juan nos
demostró la capacidad de su Nissan con un buen piloto. En ese punto llamado
Rinconada contratamos tres burritos para llevar la carga, que incluía una
valija de viaje que daba una sensación de clara ridiculez a nuestra carga. Marchamos abriendo huella hasta el campamento
ubicado unos siete kilómetros hacia el norte y a unos seiscientos metros por
encima, Luis y su señora, una joven aymara con su bebe de meses en el amarro
sobre su espalda cargaron los animales y luego de unas fotos junto a unos
chicos de Palcoco, un poblado cercano, que habían subido hasta ese lugar para
disfrutar la nieve, comenzamos la caminata. No se apreciaban bien los perfiles
de las montañas que recordábamos claramente porque unas poderosas nubes las
cubrían, esas mismas nubes nos indicaban que debíamos apurar el paso para armar
en campamento antes de la noche. Era tarde y la caminata, por más entusiasmo
que tuviésemos, se hacía lenta y pesada, medio metro de nieve sobre el suelo
era el motivo principal del sobre esfuerzo.
Cayendo la tarde
descargamos los burros, pagamos a Luis con propina para el bebe y sin mediar
búsquedas ni elecciones muy criteriosas armamos las dos carpas. El piso nevado
y muy irregular prometía un descanso a medias, pero no teníamos alternativas,
el frio penetraba la ropa y las manos heladas pedían un ambiente más cálido, nos
metimos en las bolsas de dormir y cocinamos y pasamos la noche bastante cómodos
escuchando algunas nevadas durante la noche. Despertamos rodeados de blanco, se
habían cubierto los bolsos en equipo y comida que estaban al lado de las
carpas, desayunamos y decidimos cambiar de lugar el campamento. En el lugar
opera un refugio de aspecto muy feo, posee la estética de un obrador en medio
de esas maravillas de la naturaleza, lo gestionan personas de Palcoco, amables
tipos rudos, curtidos, que ofrecen algunos servicios con sentido claramente
profesional: cocineros, guías y porteadores. En los alrededores de ese sitio
habían armadas unas ocho carpas de las pequeñas y dos estructurales que usaban
de comedor dos grupos de empresas de turismo activo de La Paz que estaban allí
con sus grupos integrados por norteamericanos uno y por españoles y chilenos el
otro. No tuvimos mucho contacto con esas personas. Francisco uno de los hombres
del refugio nos presto una pala y con ella limpiamos la nieva para instalar las
carpas sobre terreno seco, casa que conseguimos, no así la horizontalidad que
anhelábamos. Entre palear nieve, mover piedras, cambiar las carpas de lugar y
mates y mates no podía faltar el recuerdo de mi paso por ese mismo lugar hace
veintinueve años atrás junto a Federico Cipitelli y Fernando Diby. Aquella vez
cuando aun existía el Club Andino Neuquen, recibimos una invitación del Club
Andino Boliviano para un encuentro internacional de andinismo, un fracaso del
cual escribiré otra vez. Terminamos en ese mismo lugar dentro de otro
encuentro, uno organizado por el Centro de Excursionismo Andinismo y Camping de
La Paz, invitados especialmente por quien fue nuestro protector en aquella ocasión;
Iván Blanco Alba. Allí estábamos varios grupos, unos de Guayaquil, otro del
Colegio San Gabriel también de Ecuador, unos norteamericanos, Salvador y dos más
de Girona en España, Sergio Balivian con un amigo japonés y muchos del C.E.A.C.
provenientes de La Paz y también de Cochabamba, lo notorio es que en esos años
todas eran expediciones autónomas, no había guías ni clientes como es ahora el
universo montañero, al punto que esta vez Francisco el encargado del refugio no
encontró una denominación para nosotros, porque no éramos guías ni clientes,
pero que en definitiva nos parecíamos mas a clientes que a los guías que por
allí circulan, no supo definir un término que nos identificara y sin convicción
dijo; “son algo como clientes pero sin guía”, rápidamente me sumergí a mis pensamientos
de cuán importante es la identidad en general y en este especial segmento del
montañismo y que se manifiesta en esto; el alpinista clásico ha perdido su
identidad, y esa pérdida es materia constitutiva de la declinación
significativa de las actividades autónomas en las montañas. Charle largo sobre
este tema que me apasiona y después decidimos que al día siguiente intentaríamos
el ascenso del pico Austria.
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